Naricilla respingona y
un cuerpazo de escándalo embutido en un vestido negro ajustado. En su mano
una pistola, aún humeante. En el suelo el cuerpo de su marido, aún
desangrándose. Me mira fijamente, me tiende su mano libre, y me dice: “Ven
conmigo, los dos solos, lejos. Año nuevo, vida nueva”. Mi cabeza se debate
entre el deseo y la razón. Dudo, la mirada oscilando del cuerpo inerte a sus
ojos. Y cuando al final me he convencido de qué hacer, despierto del sueño.
Miguel Ángel Pegarz
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