Blanca Snow era una niña de familia adinerada. Cuando
contaba apenas 5 años, sus padres se divorciaron. Ella quedó, por orden
judicial, con su madre. Nunca tuvo mayor interés en tenerla, pues la culpaba
del divorcio, pero insistió ante el juez, sólo por fastidiar al padre. El padre se quedó sin custodia y con un
régimen leonino de visitas. No pudiendo soportar la situación, se suicidó tres
años más tarde. Se arrojó por un acantilado con su deportivo. Desde ese
instante Blanca apenas recibió muestras de cariño; alguna de sus múltiples tatas
y alguna maestra. Mientras, su madre llevaba una activa (y aunque no sea
elegante decirlo, promiscua) vida social.
Cuando la niña cumplió 14 años, se desarrolló rápidamente.
Se convirtió en una adolescente conflictiva con un cuerpo de infarto. Este
cambio provocó celos y aún más desprecio en su madre. No soportaba cómo sus
conquistas miraban de reojo a “la niña” cuando bajaba a beber leche a morro de
la botella, en braga y camiseta. Y aún soportaba menos mirarse al espejo y ver
cómo el tiempo la alejaba cada vez más del cuerpo perfecto que sus genes habían
dado a la hija.
El día de su decimosexto cumpleaños, por aquello de las
apariencias, se celebró una gran fiesta. Culminó en una terrible bronca con dos
bandos: uno contra Blanca y otro contra la madre. Al día siguiente Blanca
guardó su ropa preferida en una mochila y se fue de casa. Gasto su efectivo en
comer y dormir los primeros días, pero pronto se acabó. Una semana después, mojada, hambrienta y
aterida, se refugió en una casa abandonada llena de graffitis y gatos, y se
tumbó en un colchón relativamente limpio en una de las habitaciones. Blanca se
llevó un susto tremendo cuando, al despertarse, se encontró a unos tipos
mirándola con curiosidad mientras otro par de ellos revolvían en su mochila. De
hecho, despertó cuando uno dijo: “¡Joder, si va cargada de colorao! Se incoporó
de golpe, navaja automática en mano, pero los tipos no querían problemas. Así
que se quedó con ellos. Tenían sus
movidas, no todas muy legales, colocaron su oro y cada cual hacía su vida. Y
ella se los hacía de vez en cuando.
Un día, uno de sus amigos le presentó al Príncipe, un
productor musical de poca monta, porque la había oído cantar y quedó flipado.
El Príncipe la conquistó con su traje elegante y su limusina. Allí en el coche
sellaron su contrato musical con un primer polvo. Tenía éxito y la coca corría
a raudales. Las visitas de sus compañeros eran una alegría importante, pero
empezaron a caer uno por uno: sobredosis, ajuste de cuantas, atropello,
suicidio… Su mánager insistía en que no le convenían. Un día tuvo un momento de
lucidez, cuando el Príncipe se le acercó furioso a levantarle la mano. No era
la primera vez, pero ésta acabó con un tacón incrustado en su globo ocular y
rematado a golpes.
Ahora Blanca Snow lleva una vida tranquila y ejemplar, tras
los muros de la penitenciaría. Tiene para rato, le empaquetaron también lo de
sus antiguos compañeros. Y aunque la comida es una bazofia, es lo más cerca que
ha estado de ser feliz.
FIN.
Miguel Ángel Pegarz
cYBRGHOST
Solucionado el problema de ubicación en el blog. Problemas de haber estado de borrador ocho meses.
ResponderEliminarEste relato será completamente reescrito, el resultado no me convence.
Pues a mí si me convence. De hecho me gusta y me ha enganchado, me dio pereza al verto tan largo pero el título has sido un buen gancho y después, el testo me ha ido atrapando.
ResponderEliminarCelebro tu lectura, que te convenza y aún más si cabe tu comentario. No obstante creo que es muy mejorable (seguramente alargándolo un poco) y será reescrito. Que ya así te guste es un acicate más para mejorarlo.
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