Vuelven a ser
invisibles. Es ya la tercera o quizá la cuarta vez que me pasa mientras
huyo de ellos. Extrañamente no parecen hostiles, su gesto es más bien una
mezcla de atracción y espanto. No obstante, no pienso averiguar que quieren.
Unos seres que se diluyen en la nada mientras me persiguen para volver a
manifestarse no me inspiran la mínima confianza.
¿Qué es esa luz? Me deslumbra, me rodea, me sumerge… Una voz
se desliza a lo más profundo de mi mente: “Déjalo ya, asúmelo, has muerto”
repite firme y seductora.
Miguel Ángel Pegarz
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